sábado, 13 de febrero de 2010



SOBRE LA GORRA DE MONTEHERMOSO


En el clásico Manual de Folklore, don Luis de Hoyos y su hija Nieves distinguían una amplia zona peninsular que tenía como denominador común el tradicional uso por la mujer de sombreros de distintos tipos; esta área abarca desde León hasta Huelva, y parece tener su epicentro – y quizá origen- en la provincia de Ávila. En todo caso, el uso de los sombreros, especialmente los de paja, es un fenómeno característico de la mitad occidental española, y parece cierto que en la provincia abulense se retrotrae en el tiempo a épocas bastantes antiguas; así lo atestigua, al menos, la representación de unos graciosos sombreros en los sepulcros de una de las capillas de la Catedral de Ávila, fechados en el siglo XV.

Nos interesa, pues, rastrear hasta donde sea posible el origen y recorrido seguido por este detalle indumentario hasta su llegada a Montehermoso. Primeramente conviene diferenciar de un modo muy claro lo que se considera sombrero y lo que entendemos por gorra: para ello lo que cuenta es la anchura del ala, invariable y homogénea todo alrededor de la copa en el caso del sombrero, y menguante hacia atrás si se trata de una gorra, dejando una abertura en la parte posterior para el moño. Partiendo de esta tipificación, encontramos gorras asimilables al tipo de Montehermoso en zonas amplias de las provincias de Ávila, Salamanca Segovia y Cáceres, realizadas principalmente con paja de centeno, más adaptable al trabajo de trenzado que otros materiales.

En toda la zona que hemos referido se aprecia un conjunto de características comunes en el trabajo de las gorras de centeno, especialmente en la técnica de trenzado y en la práctica de combinar la materia vegetal con otras como cintas, espejos, lana, etc…; en general, la gorra formaba parte del atuendo cotidiano de las mujeres, y su función principal era la de proteger del sol, quedando la posible finalidad decorativa en un segundo término. Lógicamente, pues, la gorra suele llevarse junto a una indumentaria de diario, y no de gala. Respecto a la decoración que suele ornamentar estas piezas, ya se ha dicho que es variable, pero la aparición del espejo parece que solo se convierte en sistemática en Montehermoso; de hecho, las gorras de la provincia salmantina solamente lo incorporan como “caso extremo de ostentación”, y las de Bohoyo (Ávila) por influencia de otras zonas, no pareciendo que sea una característica propia. En cuanto al color de las cintas o de la lana empleada en la decoración, la nota común es la observación del luto y la adecuación a la edad, de modo que las mujeres mayores –más que las viudas- suelen adornar su gorra con colores oscuros o negro, mientras las más jóvenes lo hacen con otros tonos más alegres. En cuanto a la forma de las gorras que aparecen en esta zona, la que predomina es la de ala plana y copa baja, con tendencia a la semiesfera, siendo el frente de la misma el lugar en que se concentra la mayoría de los elementos decorativos. Gorras parecidas al tipo que encontramos en Salamanca y Ávila, aparecen en la provincia de Cáceres, pero la gorra de Montehermoso, junto con su variante de Aceituna, es probablemente el modelo más conocido dentro y fuera de la región; la confección de esta gorra ha adquirido tal importancia que se ha convertido en toda una industria artesanal, de modo que ya en los años cuarenta de este siglo, las personas que confeccionaban gorras en la provincia de Salamanca habían aprendido el oficio, generalmente, en los pueblos de Extremadura.

Según parece, la tradición atribuye la introducción de la gorra de Montehermoso a “los moros”, pero los datos que nosotros podemos manejar sitúan la llegada de la misma hace poco más de un siglo. Según Anderson, una artesana montehermoseña, llamada Máxima García, le había contado en los años treinta de este siglo que fue su madre – más de cincuenta años antes- quien creó la gorra por adaptación, dándole una forma más atractiva a un sombrero que había llegado a este pueblo procedente de Villar de Plasencia, aunque seguramente originario de otro lugar. El modelo que había copiado la señora García era, desde luego, de paja, pero era “plano” y ésta lo reelaboró a su gusto, dándole una especial gracia. Sus hijas y otras artesanas, copiaron la simpática fórmula –que se popularizó rápidamente- y es así como, hace cuatro generaciones, nació la gorra de Montehermoso. Sea como fuere, la primera representación que conocemos de la gorra montehermoseña no es muy posterior a ese primer momento, puesto que data de 1888. En realidad se trata de un dibujo muy esquemático, de la mano de Juan Comba, que publicó La Ilustración Española y Americana en su número XLI, página 262, correspondiente al 8 de noviembre; el grabado carece de detalle, pero permite detectar una forma algo más plana que la actual, con la copa en una posición vertical y una ausencia casi total de decoración, asemejándose ésta más a la de los tipos conocido como “gorra de viuda”. En definitiva, de este grabado de finales del siglo pasado se deduce una posterior evolución del modelo hacia formas y decoración con una mayor tendencia al barroquismo, curvándose hacia adelante la copa y recargándose la superficie de motivos ornamentales.

No es nuestra intención entrar a describir la gorra de Montehermoso, porque ya otros autores lo han hecho con anterioridad, y porque no es ése el tema que nos interesa; sólo diremos que entre los investigadores no existe un total acuerdo acerca de la tipología observable: Hoyos Sancho distingue cuatro tipos: que serían la gorra de diario, la guapa o de soltera, la de casada y la de viuda; Velasco y Tallés, cada uno por su lado, se limitan a diferenciar la de soltera, la de casada y la de viuda. En todo caso, lo que distingue al tipo cacereño de las otras gorras de centeno de Ávila y Salamanca es el vuelo que adquiere el ala en su parte anterior, y la inclinación hacia adelante de la copa; morfológicamente sólo existe una gorra, siendo las variedades apuntadas en función de la decoración que presenta cada una de ellas. El elemento esencial escogido por los autores para establecer la diferenciación de la gorra correspondiente a cada uno de los status de su propietaria es la presencia – o no – de un pequeño espejo circular en su parte frontal, pero tampoco en esto hay una total coincidencia: según Hoyos Sancho, el espejo aparece en la gorra de soltera, y no existe en la de casada ni en la de viuda, pero autores como Muñoz de San Pedro dice que las viudas lo vuelven a poner, aunque roto.

En realidad, la presencia del espejo se justifica por una utilidad bien concreta; la gorra es un tocado reservado para las tareas diarias, se utiliza para salir al campo, y por ello la moza puede utilizar el espejito para acicalarse durante o después de las tareas agrícolas. El hecho de que muchas casadas no lleven el espejo se explica- los montehermoseños así lo sostienen- porque el uso prolongado de la gorra termina con un deterioro o una rotura del espejo, y la mujer casada –menos necesitada y tendente a la coquetería- ya no lo repone. No es cierto, según nuestros informantes, que el hombre rompa el espejo de su mujer el día de la boda para que ningún otro pueda verse en él, ni mucho menos que la ausencia del mismo signifique la perdida de la virginidad.

Respecto a la gorra de viuda, se diferencia de las otras en que el color de la decoración –que además es más austera- es preferentemente negro, pero conviene señalar que esta gorra no implica necesariamente viudedad, sino, sobre todo, el luto. Las mujeres que guardaban luto, o aquellas que, simplemente por su avanzada edad, vestían de negro, llevaban esta gorra, ya que se consideraba más adecuada al resto de la vestimenta. En general el atuendo de las montehermoseñas enlutadas presenta como única nota de color las características medias azules que, junto a la mantilla de color negro, todavía siguen utilizando.

A la vista de todo esto se puede ya obtener una deducción, y es que existe una especie de tradición en la producción literaria- y también científica- que considera indiscutible el hecho de que el espejo simboliza la virginidad, y que el uso de la gorra ha adquirido “funciones peculiares” en los ritos festivos, e incluso en el ritual de las bodas, donde el paso de soltera a casada era simbólicamente marcado. No es de extrañar que esta interpretación haya ganado adeptos, puesto que plantea un tema tan subyugante para el antropólogo o el literato como es que la mujer lleve escrito, casi en su misma cara, el estado de su virginidad. Nos inclinamos a pensar que tal extremo carece de una base cierta: primeramente porque esta versión de la historia es completamente rechazada por los habitantes de Montehermoso, que cuentan como muchas casadas seguían llevando el espejo hasta que se rompía o encargaban otra gorra, pero también porque- aunque efectivamente se han empleado signos externos que explicitan el estado matrimonial- es difícil pensar que la mujer pueda proclamar la perdida de su virginidad en una sociedad de la Europa meridional, en la que conceptos como honor o vergüenza han sido reiteradamente identificados como aspectos esenciales de la cultura, y donde además, al menos tan importante como ser virtuosa, es aparentar que lo es.

Por último, hay una cuestión que, por otro lado, nos va a permitir enlazar con el próximo apartado, y es que la importancia indumental de la gorra fue siempre secundaria, como pieza del traje cotidiano, y que difícilmente pudo estar en el centro de algo tan importante como es un ritual de bodas, marcando el paso a un nuevo status, por una razón bien sencilla: que el traje de novia montehermoseña se caracteriza, precisamente, porque la mujer no se cubre con la gorra, sino solamente con un pañuelo.

Artículo extraído del folleto titulado: LA INDUMENTARIA COMO SÍMBOLO REGIONAL. LA TRADICIÓN INVENTADA EN EL CASO DEL TRAJE DE FEMENINO DE MONTEHERMOSO. AUTOR: Juan Manuel Valadés Sierra. Editado por Ayuntamiento de Montehermoso. A su vez el Ayuntamiento lo ha extraído de la “REVISTA DE DIALECTOLOGÍA Y TRADICIONES POPULARES” TOMO XLIX.1994